En el marco del Día Mundial del Dron, nos sumergimos en la fascinante historia de estas máquinas voladoras que pasaron de ser prototipos militares a convertirse en herramientas cotidianas que revolucionan industrias enteras. Esta es la crónica completa de su extraordinaria evolución.
Los orígenes: globos explosivos y los primeros atisbos de ingenio (1849)
El primer capítulo de esta historia se escribió en 1849, durante el asedio austriaco a Venecia. Frustrados por la resistencia veneciana, los militares austriacos, bajo el mando del teniente Franz von Uchatius, idearon un plan audaz: lanzar globos no tripulados cargados con explosivos. Estos globos, hechos de papel y llenos de hidrógeno, llevaban bombas con mecanismos de temporización rudimentarios.
Aunque el viento jugó en contra y muchos globos regresaron a las líneas austriacas, al menos uno logró impactar en la ciudad. Este experimento, aunque militarmente fallido, marcó un hito: fue el primer uso registrado de un vehículo aéreo no tripulado con fines ofensivos.
La primera guerra mundial: el nacimiento de los drones modernos (1914-1918)
El siguiente salto tecnológico llegó durante la Primera Guerra Mundial. En 1916, los inventores estadounidenses Elmer Sperry y Peter Hewitt desarrollaron el “Hewitt-Sperry Automatic Airplane”, un biplano no tripulado diseñado como torpedo aéreo. Equipado con giroscopios para mantener la estabilidad, este prototipo sentó las bases de los drones autónomos modernos.
Paralelamente, en 1918, el Ejército de EE.UU. probó el “Kettering Bug”, un avión no tripulado capaz de recorrer 120 km con una carga explosiva. Aunque nunca se usó en combate, su sistema de navegación inercial fue revolucionario para la época.
El “Abejorro” que dio nombre a los drones (1935)
El término “drone” (zángano en inglés) tiene un origen curioso. En 1935, la Royal Navy británica desarrolló el “De Havilland Queen Bee”, un avión no tripulado utilizado como blanco de entrenamiento para la artillería antiaérea. El sonido monótono de su motor De Havilland Gipsy Major recordaba al zumbido de un zángano, y así nació el nombre que hoy usamos para estos dispositivos.
La Guerra Fría: cuando los drones aprendieron a espiar (y a cambiar el mundo)
Durante las tensiones entre Este y Oeste, los drones dejaron de ser simples blancos de entrenamiento para convertirse en los ojos invisibles de las superpotencias. Mientras el mundo contuvo el aliento durante la Crisis de los Misiles en Cuba, ingenieros en hangares secretos perfeccionaban máquinas voladoras que revolucionarían para siempre la inteligencia militar.
El Ryan Firebee de 1951 no fue un simple prototipo más. Esta maravilla de la ingeniería, con su fuselaje en forma de torpedo y alas rectas, podía permanecer horas en el aire a altitudes donde ningún piloto humano podría sobrevivir sin presurización. Durante la Guerra de Vietnam, voló más de 34,000 misiones de reconocimiento, fotografiando instalaciones enemigas con cámaras que pesaban más que algunos ordenadores de la época. Su secreto: un sistema de navegación inercial tan preciso que podía encontrar su camino de regreso incluso si perdía contacto por radio.
Pero el verdadero punto de inflexión llegó en 1982, en los cielos del Líbano. Los IAI Scout israelíes, pequeños y ágiles como avispas metálicas, no solo espiaban: coordinaban ataques en tiempo real. Por primera vez, los generales podían ver el campo de batalla como si tuvieran un ojo divino, tomando decisiones con información actualizada al segundo. Este cambio de paradigma convirtió a los drones de herramientas pasivas en elementos activos de la estrategia militar.
El giro civil: cuando los drones bajaron del pedestal militar
El nuevo milenio trajo consigo una revolución silenciosa pero imparable. Lo que había costado millones de dólares desarrollar para fines militares, comenzó a aparecer en las tiendas de electrónica. El año 2006 marcó un antes y después cuando la FAA, después de años de resistencia, concedió los primeros permisos comerciales. De pronto, empresas de filmación, agricultores y topógrafos tenían acceso a tecnología que antes solo existía en películas de espías.
Pero el verdadero punto de inflexión llegó en 2010 con el Parrot AR.Drone. Este ingenio francés hizo algo radical: eliminó los controles especializados. Bastaba un smartphone para pilotar una cámara aérea. Los parques se llenaron de estos curiosos artefactos cuadrados, mientras los desarrolladores creaban aplicaciones que ampliaban sus usos día tras día.
DJI, una empresa china que comenzó en un dormitorio universitario, entendió mejor que nadie este nuevo mercado. Su Phantom de 2013 combinaba lo impensable: calidad profesional, facilidad de uso y un precio accesible. De pronto, cineastas independientes, fotógrafos de bodas y youtubers tenían en sus manos herramientas que hubieran requerido helicópteros y equipos de filmación profesionales solo una década antes.